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LA LEYENDA DEL IVY MARAY
Los guaraníes, un pueblo en continua peregrinación
Cuando ÑAMANDÚ RU ETÉ (Nuestro Padre Creador) pronunció las Bellas Palabras le dio forma a todo lo que conocemos. Sus PALABRAS-ALMA, toda su sabiduría se encarnó y dio vida a las selvas, a los animales, a los hombres.
Pero la indecorosa conducta de los hombres alteró ese orden perfecto y por eso Nuestro Padre Primigenio destruyó el mundo con un inmenso diluvio.
Así dio comienzo a un ciclo de eternos retornos donde todo se destruye para volver a crearse.
Al volver a regenerarse todos los hombres quedamos condenados a una tierra imperfecta (YWY MBA’ E MEGUÁ). Una morada mala, la tierra de la NO – VIDA. Este mundo padece de una condición enferma y colmada de penurias. Nuestra propia conducta animal ha contaminado nuestra sangre, nuestra carne y la ha condenado a perder su naturaleza divina y de excelencia.
Pero los hombres que son PALABRAS – ALMA de los dioses encarnadas en cuerpos terrenales saben de su naturaleza, de su esencia divina. 
¿Por qué nosotros, los HERMOSOS ADORNADOS, los elegidos de los dioses vivimos en esta tierra enferma de desdicha, de imperfección, de sufrimiento, de penurias?
¿ Acaso no hay una Tierra Perfecta, una Tierra Sin Mal, un YWY MARA’HE Y en la cual - como dioses que somos- merecemos morar eternamente?
Sabiendo de su naturaleza divina los hombres comenzaron a exigir a los dioses que les mostraran el camino. Más que la súplica de un favor es la reivindicación de un derecho.
¿ Pero cómo es el IVY MARAY, cómo se accede a él?
Esta Tierra Sin Mal es la morada de los dioses y de nuestros antepasados. Algunos, los elegidos, podremos encontrarla sin tener que pasar por la muerte.
Son dorados jardines a orillas de las anchas aguas, allí las mujeres no tendrán necesidad de cultivar la tierra, los hombres no se afanarán más en la caza y en la pesca. Las abejas – generosas – ofrecerán su miel para que los niños la recolecten sin esfuerzo.
En algún lugar está la patria de las cosas que no mueren. En algún lugar está la tierra de la felicidad eterna y duradera, la tierra feliz sin privaciones, soledades ni sufrimientos. 
Nuestra naturaleza divina nos ordena partir en búsqueda de este lugar de largos soles eternos, tiempo nuevo de calor y luz de mediodía inmóvil.
Fue entonces que aparecieron los KARAÍ. Estos hombres sabios estaban llamados a consultar los oráculos de los dioses. La bruma del tabaco traería el mensaje divino.
Se apartaron de las tareas cotidianas y con ayunos, danzas rituales y profundas meditaciones hablaron con los espíritus superiores
Templaron su espíritu, aprendieron la buena ciencia, dejaron volar su alma despojándose de todo lo terrenal.
Una vez alcanzado el AGUYJÉ, un estado de gracia superior, una vez que su corazón se volvió puro y grande (PY’ A GUAZÚ) instaron a su pueblo a seguirlos: iban al IVY MARAY, iban al encuentro de su propia divinidad.
Largas, penosas y numerosas migraciones surcaron el corazón de toda la región. Una dolorosa diáspora, llena de sufrimientos y carencias, empujó a los guaraníes a buscar la Tierra Sin Mal.
Todo sacrificio era poco. Si se llegaba al mar, al pié de inmensas montañas simplemente se cambiaba el rumbo. En algún lugar estaba la Tierra Perfecta.
Estas peregrinaciones los dispersaron y llevaron sus creencias por toda la Cuenca del Plata, llegaron a la orilla del Océano Atlántico. Su fe y su cultura llegaron a las orillas del Amazonas.
La flor del mburucuyá (pasionaria) los guió por los ríos Paraná y Uruguay hasta sus desembocaduras.
El Delta Entrerriano tuvo como primeros pobladores a los Guaraníes, aquí también buscaron el IVY MARAY.
Es muy probable que al encontrarse con la inmensidad del Río de la Plata hayan detenido su marcha y se hayan afincado en estas tierras para seguir consultando a los dioses.
A principios del siglo XX estas islas se poblaron de inmigrantes que ansiaban una tierra para progresar lejos de las guerras europeas. También buscaban una tierra de paz, una tierra de naturaleza generosa y feraz. 
Sobre el comienzo del milenio nuestra familia también se radicó en el sur entrerriano, allí donde el Paraná y el Uruguay se ramifican en innumerables ríos, arroyos y riachos; también queríamos encontrar un suelo donde poder desarrollarnos, progresar, tener una vida de paz y prosperidad.
Personalmente creo que los Guaraníes no hallaron su morada divina. Sin embargo en estas tierras deben haber sido felices. Los inmigrantes seguramente hallaron una tierra fértil y pacífica.
Hemos decidido bautizar – o mejor dicho – darle la PALABRA-ALMA: IVY MARAY a nuestra tierra. Para nosotros es la TIERRA SIN MAL.
Hoy el pueblo Guaraní sabe que no es posible alcanzar su utopía por medio de la migración religiosa y esperan que los dioses les hablen, que les anuncien el tiempo de las cosas que no mueren, de la plenitud acabada, de ese estado de perfección, en y por el cual, los hombres, los AVÁ, trascienden su condición.
Siguen reflexionando, buscando el AGUYJÉ, y ese estado de vida sin tacha (el TEKÓ MARÁ HE’Y): “un modo de vida sin mal”. Se han empezado a preguntar si no es cuestión de construir el IVY MARAY, la tierra plena, perfecta, sin penurias ni egoísmos, allí donde uno está, con su gente, en su propio lugar.
Y esta, querido lector, es la leyenda (¿realidad?) del IVY MARAY,  termino con las bellas palabras que el autor Adolfo Columbres hace decir a un Karaí, un hombre sabio:
“Nadie que esté verde, comprende la madurez.
El fruto verde no atrae a los pájaros ni a los insectos;
tampoco el corazón que no ha sufrido lo suficiente
es el nido de las Palabras Sagradas.
La tierra que buscas ha de  estar en tu corazón;
pero mientras haya males en él;
mientras albergue aún algo de soberbia
no podrás encontrarla:
PORQUE UNO SOLAMENTE ENCUENTRA AFUERA
LO QUE YA ENCONTRÓ ADENTRO.”
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